Tratando con las tormentas de la vida.

Todos experimentamos tormentas en la vida. Estas pueden venir inesperadamente o como consecuencias de nuestras acciones; estas tormentas pueden traer dolor, depresión, desesperanza y una sensación de pérdida, afectando la vida tanto en lo espiritual, lo físico y emocional, llevándonos en algunos momentos a preguntarnos ¿Dónde está Dios?, ¿Hay alguna salida para esto?, ¿Será que Dios me puede salvar de estos vientos tempestuosos que atentan contra mi vida?, la respuesta es sí, él puede calmar las tempestades, él es la única esperanza que para los vientos y trae paz en medio de las tormentas. Las tormentas nos prueban, nos confrontan y ponen en evidencia la capacidad para afrontar diversas situaciones maduramente al aplicar los principios de Dios. Las tormentas son más fáciles de manejarlas cuando somos conscientes de que no estamos solos, que tenemos un padre Dios, su hijo Jesús que murió y resucitó y nos dio la victoria y el Espíritu Santo, nuestro consolador y ayudador, que ellos aplacan los fuertes vientos turbulentos, nos da la mano y nos guía a un lugar seguro trayendo paz en medio de la tormenta… El gran desafío en las tormentas es el manejo sabio de las situaciones; Dios nos ha dado herramientas en su palabra para hacerlo. Al tomar sus promesas encontramos luz para ver en medio de la oscuridad, y al caminar en ella experimentaremos paz y fe. Las tormentas que nos azotan nos permiten entender que si no fueran por ellas no podríamos tener esperanza en Dios y verlo actuar, nuestra certeza es que ninguna tormenta dura para siempre y que Dios interviene, nos da alivio y luz de esperanza… Las tormentas nos dan la oportunidad de caminar con Jesús, de conocerlo, de ser instruidos por Él, nos da la oportunidad para crecer. La tormenta nos da la oportunidad de ser conscientes del papel amoroso del Espíritu Santo, él es nuestro ayudador y consolador. Le damos gracias a Dios por las tormentas y gracias a Jesús y al Espíritu Santo por permitirnos. 

Fundamento bíblico: Isaías 42:6; Salmos 107:28-30

Autora: Pilar Rosero de Castrillón (Pastora).

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